Un indicador confiable para determinar el nivel de inteligencia de una sociedad se puede observar en el uso del ascensor. Evidentemente, me lo acabo de inventar y tampoco sé cuándo instalaron el primer ascensor en Ecuador. Seguro fue en algún lugar de Guayaquil en la década de los 60 o antes, quién sabe. La verdad es que, por lo bajito, hemos convivido unos 50 años junto a estos aparatos y hay gente que hoy en día no tiene idea de cómo accionarlos. Aplastan el primer botón que encuentran o todos. Por suerte, para ellos, son tan intuitivos que hasta un gato promedio puede activarlos. Se meten sin saber si sube o baja y juegan con el tiempo de los demás, demorando el simple proceso de bajar o subir.
Y si ya es malo que no sepan cómo se usa, mucho peor cuando demuestran su total falta de neuronas funcionales a través de la cortesía más básica. Da igual si eres anciano o discapacitado; se quedan como parados, viéndote en lugar de bajarse y ceder el puesto. No lo digo yo, lo dice el letrero colocado a un lado, donde se explica con dibujitos quiénes tienen prioridad.
En fin, mis palabras no servirán de mucho y estos parásitos de oxígeno seguirán existiendo. Podría llenar una guía telefónica con todas las veces que he peleado con esta gente. Solo puedo esperar que la providencia llegue pronto e ilumine a esta gente, o algún hongo mutado nos haga desaparecer a todos. ¡Apuesto por lo segundo!
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